Creo en la tribu, de hecho, la necesito. No entiendo la vida sin personas a las que besar ruidosamente y estrujar fuertemente entre mis brazos. No tienen sentido mis palabras si no escucho las suyas y mi cuerpo no vibra si no se acompasa con el suyo.
Tiempo. Mucho tiempo. Sin acercar nuestros labios, sin rozarnos la piel. Sin mirarnos a los ojos. Ajenos, desconfiados, temerosos. Fractura y silencio. Impotencia. Y, sin embargo, tiempo, mucho tiempo, también para detenernos e imaginar otras formas de acercarnos, otras formas de conocernos.
Tiempo de girar la mirada, de observar, de escuchar, de despertar y asomarnos a otras tribus, de bascular el sentido de pertenencia. A distancia. Sin sentirnos, sin respirarnos, sin tocarnos. Por el momento. Tiempo de descubrimientos, de encuentros inesperados, de sentimientos sólidos y líquidos.
Creo en la tribu, la que me ampara, la que me cautiva y seduce. La que me hace vibrar. La de siempre, la que no lo es. La heterogénea, la que comparte territorios, la que intercambia ideas, la que respeta, la que tolera. La que habla mil lenguas y comparte mil patrones.
Tiempo. Recuperado. Tiempo de encuentro, de cercanía, de confianza. Tiempo para fluir. Tiempo de tribus.
Casa Iriarte espera poder abrir sus puertas en septiembre 2021.
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