Se abre la puerta y entras a una casa, donde piedras y maderas, durante siglos, fueron haciendo un lugar poblado de historias y refinamiento. Cada detalle habla y es imposible sustraerse a esa conversación con el tiempo que, simplemente, va sucediendo mientras comienzas a caminar.
Sin embargo el presente se impone dinámico y potente, porque Marisa y Javier, los anfitriones, son así dinámicos y potentes. Entonces hay amaneceres con pájaros, avena, almendras, pan caliente, aceite de oliva y café. Mediodía con productos del lugar y atardeceres por calles empinadas, campanas, cantos, el Cerco de Artajona en el cielo encendido, zuritos, brazos alzados al saludo, txistorra, pintxos, risas.
También suceden allí profundas charlas que intentan desmigar ideas, arte, situaciones regionales, lo humano en todas sus manifestaciones.
Como escritora, pienso mañanas en Casa Iriarte para la recolección de imágenes, que luego, en forma colectiva, se convertirán en textos para compartir.
También se me ocurre una investigación sobre las herramientas de la vida cotidiana que allí poseen y que armarían el perfil de ese pueblo en distintos siglos, quizás también el sistema de distribución de tierras y aguas, algo tan sensible a toda la humanidad.
Desde ya, la colección Salvat de la biblioteca es un atractivo propio de un equipo que estudie la difusión del conocimiento, estilos de comunicación, formas de accesibilidad.
Y como es un lugar mágico con espacios llenos de encanto, quién podría resistirse a una exposición de artes plásticas, música y buen vino…
Volvería siempre a Casa Iriarte y siempre la redescubriría.
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