Las carreteras se convirtieron en una masa de gente y vehículos abandonados en largas filas. Unos por descompostura y otros por impedirles el paso los primeros. El hambre nos restaba fuerzas y buscábamos entre los despojos arrojados en las orillas de la carretera algo que comer. Otras veces acudíamos a algún soldado para ser si nos podían dar algo. Pero a todo esto se unió un nuevo y espantoso horror. Los “ganadores”, no satisfechos de ver la lastimosa huida de los “perdedores” quisieron rematar su hazaña mandándonos la aviación que bajaba una y otra vez a ametrallar a esa masa humana en condiciones tan lastimosas. La gente empezó a caer muerta al impacto de las balas. Recuerdo a una pobre madre que llevaba a su hijito en brazos y se dio cuenta de que el niño estaba muerto. Recuerdo a dos hijas con su madre no llorar sino aullar cuando vieron que su madre estaba muerta, recuerdo… ¡cuántos recuerdos y qué dolorosos! Las ráfagas de ametralladora barrían y dejaban una estela de dolor y angustia. Los que sobrevivíamos continuábamos nuestro camino, carentes ya del poder de pensar, analizar o juzgar. Cada día era un día más rescatado a la muerte y continuábamos, seguíamos andando o durmiendo, con las mentes abotargadas y el cuerpo insensible a tanto dolor.
No sé, no recuerdo cuánto tiempo nos costó llegar a la frontera. Tampoco recuerdo otras muchas cosas espantosas que parecen increíbles, quizá porque durante muchos años mi mente se ha resistido a recordarlas. La primera reacción vital que tuve fue al llegar al puesto fronterizo francés. Ya a salvo, nuestra primera preocupación fue saber si el resto de las hermanas habían conseguido llegar. Me pareció lo más razonable preguntar a un gendarme francés si tenían alguna lista de las personas que habían pasado la frontera. Él, con aire despechado, me contestó que todas éramos unas putas y mis reflejos, antes que mi razón, me hizo propinarle una buena bofetada. Muchas veces me he comportado así de impulsivamente y he salido bien de milagro. Desde el momento que llegamos a Francia fuimos conducidos como puede hacerse con un rebaño. Quizá las ovejas tengan mejor aspecto y sean más dignas de consideración. Por lo menos son útiles, productivas. Nosotros éramos un rebaño de harapientos desnutridos, cansados y vencidos, y como a tal nos trataron.
Lola.