Siempre me han atraído más los encuentros, clases, formaciones o conferencias que abren puertas y ventanas en lugar de trazar coordenadas. Ese tipo de experiencias de las que sales con alguna respuesta pero sobre todo con muchas preguntas y con ese cosquilleo interno que te lleva a seguir indagando. Valoro mucho más ese aprendizaje que el derivado de asistir como oyente a cualquier tipo de “clase magistral”. Los debates que se generan después son mucho más enriquecedores, la gente está más receptiva y estimulada para la conversación.

En Casa Iriarte he experimentado esa sensación de apetecibles interrogantes flotando en muchas de las actividades y encuentros a los que he asistido. Pero no sólo en los actos programados, también posteriormente en más de una conversación relajada con un vaso de vino.

Para mí es un escenario sobre todo de reflexión individual y colectiva, y el marco perfecto para compartir de forma natural las conclusiones de ese proceso.

Las estancias, los muros de piedra, las decenas de libros y la frondosidad del jardín acompañan, sin duda. Pero los anfitriones y las personas que habitan la casa en ese momento determinado nutren la jornada. Personas y también personajes que nos han acompañado algunas tardes escribiendo un guión y que de alguna forma compartieron espacio y tiempo con nosotros.

Estoy segura de que tendré más oportunidades de poder seguir asomándome a puertas y ventanas que alguien abrirá en próximas actividades y talleres traspasando la línea que separa el impartir del compartir.

Y también estoy segura de que cuando atraviese el portón escuchando dentro la voz de Marisa que se acerca a recibirme, será Teka quien una vez más me dará la más alegre de las bienvenidas como sólo los perros saben hacerlo.

Eso siempre es augurio de que algo bueno va a suceder.

Amaia Valdemoros. Copywriter. Marketing y Publicidad